Reportaje publicado originalmente en la edición 207 de la Revista El Malpensante (Colombia), con traducción al español de Andrés Hoyos.
Subyugado por grupos armados al margen de la ley y asolado por la mayor operación militar urbana en la historia de Colombia, el barrio Las Independencias, situado en la comuna 13 de Medellín, es hoy una especie de galería de grafitis a cielo abierto, cuyo acceso y tránsito se da por un sistema de escaleras mecánicas, las únicas del mundo instaladas en un tugurio.
John Alexander Serna, “Chota”, de 28 años, es allí una celebridad. Surge de Graffilandia, la galería-café construida debajo de su casa, entre el tercer y el cuarto tramo del sistema de escaleras, y luego es acosado frente a su mural Operación Orión por uno de los guías locales, quien durante esta mañana soleada de febrero acompaña a un grupo de turistas extranjeros en un graffitour por el barrio:
–So, guys, we are very lucky today –anuncia el guía bilingüe, mientras trae a Chota hacia el centro de la medialuna que se forma delante de ambos y del mural–. I present you Chota, the artist of this painting and one of the biggest artists of comuna 13.
Nacido y criado en el barrio, es un mulato de cejas gruesas y aretes. Viste una camisa blanca, un pantalón militar bastante acabado y un par de tenis negros. Algunos gringos le piden selfies, a lo que por unos instantes él se presta con simpatía, no obstante la prisa que tiene: otro grupo de turistas ya le aguarda en la Cabeza del Reversadero, la rotonda al pie del cerro, para presenciar la realización de una pintura en vivo como parte de un graffitour especial. Chota se abre paso entre los gringos, ingresa al tercer tramo de las escaleras eléctricas y comienza a descender hacia el Reversadero.
–Antes, el valor de lo que yo hacía no se notaba. Simplemente hacía grafitis para el barrio; casi nadie los veía, solo la misma comunidad –recuerda él, que pinta grafitis desde los 18 años–. Ya con las escaleras eléctricas empezamos a tener reconocimiento e incentivo, pues ellas garantizan el acceso al barrio y permiten que la gente de aquí exponga su trabajo o su arte a los extranjeros que nos visitan.
En compañía de sus amigos, Chota comenzó a jugar con latas de espray y a pintar algunos muros del barrio en diciembre de 2008, con ocasión de la Navidad de aquel año y para de embellecer algunas casas de la comunidad. Desde entonces pasaron a hacerlo cada diciembre, hasta que, a mediados de 2012, ya con el sistema de escaleras mecánicas en funcionamiento y con la llegada de las primeras olas de turistas al barrio, lo volvieron un ritual diario e iniciaron los graffitours, recorridos guiados por las calles de la comunidad que, a través de sus muros, cuentan una historia reciente de supervivencia.
–Nuestra iniciativa era escribir la historia del barrio con grafitis –afirma–. De esa manera, los muros ganaron vida y pasaron a cumplir otra función distinta a la de ser una simple barrera física.
Hoy, además de los recorridos guiados, Chota vive de su recién inaugurada Graffilandia, de la venta de gorras y camisas personalizadas para los gringos. Ya fue invitado por turistas extranjeros a pintar grafitis en otros países, y así viajó a Brasil y a Suiza por cortesía de sus anfitriones. Sin embargo, sigue luchando por la transformación social y estética de su barrio a través del arte y en contra del estigma con el que cargan los grafiteros, artistas cuya figura, según él, todavía se puede confundir con la de un vándalo o delincuente. En otras palabras, sigue luchando para que las nuevas generaciones de niños y adolescentes de la comunidad, al encontrarse con muros pintados en lugar de muros perforados por balas, escojan el camino del arte y no el camino del crimen, y las latas de spray como armas en vez de los r15.
Así como él escogió hacer.
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Lo primero que causa impacto en Operación Orión, el referido mural de Chota, es el rostro de una mujer, del que escurre una lágrima y brotan algunas ramas. La cara es gris, pero los ojos son de color; a su lado, complementando la composición, lo que se ve es una mano que tira un par de dados sobre un aglomerado de casas típicas de un barrio popular. En el primer dado se puede leer “Com. 13”; en el segundo, “16. 10. 2002”.
Fue precisamente en esa fecha, el 16 de octubre de 2002, cuando el entonces presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez (2002-2010), a petición del entonces alcalde de Medellín, Luis Pérez Gutiérrez (2000-2003), ordenó la toma de la comuna 13 por el Ejército Nacional, la mayor operación militar urbana en la historia del país.
El Estado había perdido hacía mucho tiempo el monopolio de las armas y el control administrativo sobre esta zona escarpada y periférica de la ciudad, que fue ocupada por asentamientos informales desde finales de la década de 1970 y que se encontraba desde 1990 bajo el yugo de milicias urbanas del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Además, para contrarrestar estos grupos guerrilleros, fueron creadas allí, en 1996, las milicias de los Comandos Armados del Pueblo (CAP).
Como es sabido, las guerrillas del ELN y de las FARC, fundadas en los años sesenta, tarde o temprano terminarían asociándose al contrabando y al narcotráfico, a fin de financiar sus armamentos y expandir la actividad insurgente –lo que incluía ampliar su presencia y actuación más allá de los ambientes rurales, dominando también espacios urbanos–. En la comuna 13, asentada sobre la montaña occidental del valle de Aburrá, descubrieron un territorio geográficamente estratégico, habida cuenta de la topografía de difícil acceso para la fuerza pública y, sobre todo, de la facilidad para la salida de drogas y armas a través de una carretera que conduce al puerto de Urabá.
En Comuna 13 de Medellín: el drama del conflicto armado (Pulso & Letra Editores, 2017), libro que a través de una recopilación de testimonios busca reconstruir el pasado reciente de la zona, Yoni Alexander Rendón, intendente de la Policía Comunitaria de Medellín, describe la especie de Estado paralelo controlado por las guerrillas, a la que estuvo sometida la población de la comuna 13 por más de una década:
Los grupos guerrilleros… instalaron su régimen armado y ejercieron dominio en gran parte de la comuna mediante el sometimiento de la población, controlando los aspectos relacionados con la seguridad, la locomoción e incluso la convivencia. La comunidad tenía que acudir a ellos para resolver sus problemas. De lo contrario, si se dirigían a las autoridades legalmente constituidas, podrían ser objeto de represalias. Cada grupo armado tenía sus propios territorios o barrios donde ejercían dominio, en los que los demás grupos de milicias no interferían.
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En estos tiempos, la comunidad convivía con tiroteos y balas perdidas; con asesinatos a quemarropa y atentados con bombas; con desapariciones forzadas, con extorsiones y con reclutamiento de menores. Toda esa violencia se intensificó y llegó a su punto máximo a partir de 2000, cuando el Bloque Cacique Nutibara y otros grupos de paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) también empezaron a disputarse el control del territorio, incitando allí un fuego cruzado sin precedentes.
La Operación Orión, ocurrida entre el 16 y el 17 de octubre de 2002, tenía como propósito poner fin a este flagelo tras una serie de intentos militares –fallidos– por recuperar la comuna 13. Ordenada por Álvaro Uribe y sancionada por su ministra de Defensa, Marta Lucía Ramírez, luego de declarar el estado de excepción (coyuntura en la que los derechos y garantías constitucionales son temporalmente suspendidos), Orión inauguraba la política de Seguridad Democrática del recién posesionado presidente.
El operativo contó con unos 1.500 uniformados, entre miembros de la Cuarta Brigada del Ejército Nacional, de la Policía Metropolitana y de las Fuerzas Especiales Antiterroristas, en acción conjunta con el Cuerpo Técnico de Investigación (CTI) y el hoy extinto Departamento Administrativo de Seguridad (das).
Con el objetivo de exterminar a las milicias del ELN, las FARC y los CAP, y de barrerlas del mapa de la comuna 13, la fuerza pública rodeó el cerro y, en una acción coordinada con paramilitares de las AUC, inició su embestida en las primeras horas de la madrugada. Además de las armas de fuego, contaba con tanques blindados y la cobertura de dos helicópteros artillados de la Fuerza Aérea, cuyas hélices provocaban un vendaval –tan bajo sobrevolaban– que alzaba los techos de las viviendas de la comunidad, dejándolas al descubierto.
Fueron cuarenta horas de enfrentamientos en seis barrios (incluyendo Las Independencias), cuarenta horas de terror de las que resultó un saldo impreciso de muertos. Los registros oficiales registran 16 –cuatro militares, seis civiles y seis rebeldes–, mientras que el Centro Nacional de Memoria Histórica, entidad pública instituida mediante la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras de 2011, estima que fueron al menos 72 muertos y 300 desaparecidos. Otro dato impresionante es el que se refiere a las 370 detenciones arbitrarias, según CORPADES (Corporación para la Paz y el Desarrollo Social), una de las ONG que defienden y promueven los derechos humanos en Colombia, la cual, a su vez, sugiere que hubo 88 muertos.
A pesar de las divergencias entre estimaciones numéricas (que nunca dimensionan el drama vivido por el ser humano en una guerra), no quedan dudas de que fueron muchos los muertos fuera de combate y diversas las violaciones de derechos humanos cometidas por la fuerza pública: alianza con los paramilitares, torturas para la obtención de información, detenciones ilegales y desapariciones forzadas fueron prácticas sistemáticas de las que se valieron el Ejército Nacional y la Policía Metropolitana durante la Operación Orión.
Todavía hoy, las víctimas del conflicto siguen en busca de verdad, justicia y reparación por los abusos y excesos cometidos por el Estado. Y, todavía hoy, Orión divide opiniones: ¿a qué precio fueron eliminadas las milicias y recuperada la comuna 13? Para muchos, los fines no justificaban los medios de los que se valió el Estado. Para otros, fue una especie de remedio amargo y de último recurso, que terminó por liberar a la comunidad y la redimió del yugo de los grupos armados al margen de la ley, a los que se hallaba sometida hacía más de una década.
En todo caso –y esto no se discute– fue un parteaguas en la historia de la comuna 13, pues es evidente que hubo un antes y un después de la Operación Orión.
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Una vez en Medellín, el visitante debe tomar la línea B del metro hasta la estación San Javier y luego el bus 221i o el 225i, líneas alimentadoras. Así llegará fácilmente a este barrio de 14 mil habitantes, Las Independencias, uno de los 19 que conforman la comuna 13 (con 160 mil personas).
Mientras Chota realiza al pie del cerro su live painting para unos gringos, allá en lo alto, donde el sexto y último tramo del sistema de escaleras eléctricas se conecta con el viaducto Media Ladera (un proyecto que busca unir las diferentes etapas de Las Independencias) y el Balcón de la 13, otros gringos hacen videos y aplauden el espectáculo de un grupo de breakdance conformado por jóvenes bailarines locales.
Son los bailarines de Black & White, quienes desde 2014 alternan diariamente en este espacio, en presentaciones de hip-hop. En la actualidad cuentan con al menos quince integrantes, entre blancos, mulatos y negros, de cabellos trenzados o decolorados con Blondor; hoy visten, a pesar del sol intenso, sudaderas grises, pantalones y tenis deportivos. Se turnan en la pista y bailan algunos pasos juntos: impresionan con sus caídas simuladas, movimientos a ras de suelo y rotaciones. Al final de la presentación, se dan la mano y hacen una reverencia al público, que vuelve a aplaudirlos y deposita propinas en una lata. Los bailarines están bastante sudados, algunos se quitan las sudaderas; otros se sientan en un banco cerca de la pista, a la sombra de una lona azul, y se hidratan. Saben que no hay mucho tiempo de descanso hasta el siguiente espectáculo: otras bandas de turistas vendrán pronto.
Los gringos que hasta hace poco les ponían atención siguen su camino por el viaducto Media Ladera, un largo paseo en el cual se apilan tienditas de souvenirs montadas por comerciantes locales, y se ven más grafitis. El motor de una motocicleta ronca y su conductor hace sonar la bocina, abriéndose paso. Desde una de las tienditas, un vendedor anuncia:
–¡Tengo imanes, camisas, gorras, manillitas! ¡Mucho estilo, vean!
Es Víctor Mosquera, de 31 años, comerciante, rapero y grafitero; un negro alto de pelo crespo, nacido y criado, como Chota, en Las Independencias. Hace dos años, al darse cuenta de la creciente llegada de turistas al barrio, montó su negocio en el viaducto, donde inicialmente vendía frutas tropicales. Desde entonces, ha permanecido en el mismo punto, pero sustituyó la mercancía:
–Todas las camisas son personalizadas. Yo soy el que las diseña –afirma.
Fue una de las víctimas directas de la Operación Orión al ser alcanzado por una bala perdida, en su casa, cuando solo tenía 15 años. Con el balazo incrustado en la extremidad, recuerda las horas de martirio junto a su familia, bajo la cama, a la espera del alto al fuego o al menos de alguna tregua, para poder salir de la casa y dirigirse al hospital más cercano.
–Esa guerra nos indujo, más que otra cosa, a escribir, a volvernos artistas, a cantarle al barrio –dice–. Y a mí el balazo me hizo aferrarme más a la vida.
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Con la captura, expulsión o exterminio de las milicias guerrilleras, y la posterior desmovilización de los paramilitares a fines de 2003 (negociada con el gobierno y que incluía algunas medidas de amnistía), el Estado ocupó por primera vez la comuna 13 y volvió los ojos hacia esta zona hasta entonces abandonada, segregada, marginada y estigmatizada, de la que siempre había estado ausente y con la que, por ello, acumulaba una enorme deuda histórica.
A la alcaldía de Luis Pérez Gutiérrez (2001-2003) siguió la de Sergio Fajardo (2004-2007), y a la adopción del plan de emergencia de atención a la crisis siguió en 2004 la implementación de los PUI (Proyectos Urbanos Integrales), cuyos pilotos sin embargo no tuvieron lugar en la comuna 13 sino en las comunas 1 y 2. Estas tenían entonces los índices de condición de vida (ICV) y de desarrollo humano (IDH) más bajos de todo el municipio de Medellín.
Los PUI son una política pública de urbanismo social adoptada por la administración municipal en convenio con la Empresa de Desarrollo Urbano (EDU), entidad pública encargada desde 1993 de las obras de infraestructura y la transformación urbana de Medellín. Serían, en síntesis, proyectos de intervención urbana, social e institucional llevados a cabo en zonas segregadas y marginadas de la ciudad, caracterizadas por altos niveles de pobreza y violencia. Prevista su conclusión para 2007, los PUI de las comunas 1 y 2 incluirían, entre otras obras, la reparación de calles y la construcción de parques y colegios públicos, además del Parque Biblioteca España y el metrocable Acevedo-Santo Domingo (línea K).
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En el ínterin, a mediados de 2006, se encargaron nuevas intervenciones al ingeniero civil César Augusto Hernández, entonces gerente-director de los PUI, esta vez sí en la comuna 13. En aquel año, realizó las primeras visitas a la comunidad, recorriendo la zona en compañía de residentes a fin de reconocer el territorio, identificar las carencias y proponer soluciones.
La primera queja de la comunidad se refería al manejo de residuos sólidos –o sea a la problemática de basuras–, para el cual, según la EDU, se considerarían sistemas de poleas, toboganes y ductos con el fin de poder bajarlos desde la parte alta hasta la base del cerro. Según una nota de la empresa…
…al diseñar un sistema para las basuras, surgió la idea de que también era posible diseñar algo que favoreciera la movilidad de las personas para que estas subieran y bajaran sin tanto esfuerzo y en condiciones óptimas.
En los talleres de imaginarios se propusieron muchas alternativas: [entre ellas] un teleférico, que solo resolvía la problemática a medias, en vista de que el desplazamiento se daba de punto a punto y no permitía que las personas en la mitad del tramo contaran con el beneficio.
Debido a las severas restricciones de movilidad y acceso que el relieve montañoso imponía a la comuna 13, muchos de sus habitantes vivían confinados en sus casas o limitados al perímetro de sus calles, imposibilitados para enfrentar las empinadas laderas de la zona (basta pensar en las madres gestantes, los ancianos, los asmáticos, los discapacitados y cualquier otra persona con la movilidad comprometida). Por ello, vivían también segregados del resto de la ciudad, apartados de sus múltiples espacios y servicios públicos.
Fue ante este escenario que a César Augusto se le vino a la cabeza una idea aparentemente tonta: ¿por qué no instalar escaleras eléctricas en el cerro? El ingeniero civil tenía un referente: las escaleras eléctricas del parque Güell de Barcelona, ??instaladas a cielo abierto con el fin de facilitar el acceso de turistas a esta atracción del maestro Antoni Gaudí, situada en una abrupta colina de la ciudad catalana.
César Augusto le propuso la idea a Sergio Fajardo, pero el alcalde (a quien se le acercaba el final de su mandato) le sugirió presentársela a su sucesor, lo que el ingeniero hizo en abril de 2008. Alonso Salazar Jaramillo (2008-2011) al principio se resistió a la idea (pues le parecía más obvio invertir en un plan de viviendas para el sector), aunque acabó por ceder ante los argumentos del ingeniero. En “El hombre que sembró una escalera eléctrica en la comuna 13”, entrevista publicada por Kienyke en abril de 2013, Hernández dice:
Al comienzo [el alcalde Salazar Jaramillo] me miraba como extrañado, pero después le fue gustando la idea. Le mostré un mapa urbano y los trazados de las escaleras para romper los guetos. Le dije también que cualquier alcalde hacía colegios, hospitales o parques, pero que él podría hacer algo inédito que rompiera la composición social y la reconstruyera, reduciendo la violencia y entregándole a la comuna una obra que le hiciera sentir lo que quizá nunca habían sentido: orgullo.
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En diciembre del año pasado, el arquitecto Juan Carlos Ayure, de 43 años, fundó SAG (Street Arquitectural Graffiti), una empresa familiar cuya sede coincide con el salón de belleza de su esposa en uno de los establecimientos situados a lo largo de la carrera 109, principal calle de acceso al barrio Las Independencias. Desde entonces empezó a ofrecer graffitours, pero con un toque inédito:
–Le metí un poquito de arquitectura –explica él, mientras se dirige al Coffee Shop Com. 13, una cafetería situada en la Cabeza del Reversadero.
Juan Carlos tiene el pelo ligeramente gris y lleva una camisa negra abotonada, jeans, mocasines beige y un reloj de pulso. Se sienta en una de las mesitas del balcón, pide a la camarera un tinto y le da una calada a su cigarrillo electrónico. Cuenta que actuó a través de una constructora privada contratada por la EDU para colaborar en la ejecución de las obras de remodelación del territorio e instalación de las escaleras mecánicas:
–Nosotros llegamos acá con un diseño final preliminar –recuerda, aunque aquello de “final preliminar” parecería una contradicción–. Lo que pasa es que en un sector como este, una comuna, cada semana surge un nuevo piso, una nueva vivienda. Por eso, parte de mi trabajo consistía en adaptar por el camino estos temas que en el papel son muy bonitos, pero que en la vida real son otra cosa.
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La obra de las escaleras eléctricas, técnicamente conocida como Sendero de Conexión Independencias 1, fue licitada y anunciada por la Alcaldía de Medellín a mediados de 2010 como una de las diversas intervenciones urbanas previstas por los PUI Comuna 13. Tras los estudios de los topógrafos, los ingenieros civiles y los arquitectos, que se habían aventurado a recorrer la zona acompañados por líderes comunitarios y asistentes sociales, se resolvió que la instalación del sistema se daría en el barrio Las Independencias y que esta intervención estaría articulada a otras obras de infraestructura –la del Paseo Urbano de la carrera 109, la del Reversadero, la del Balcón de la 13 y la del viaducto Media Ladera– de modo que, integradas, conformaran un circuito de acceso y de circulación para los habitantes del barrio.
–Esto era más que todo un proyecto de movilidad –asegura el arquitecto Juan Carlos Ayure–. Nadie pensaba que llegaría a ser turístico.
Antes de dar inicio a la compra y expropiación de viviendas (34 en total) que tendrían que ser demolidas para instalar el sistema, la EDU promovió una serie de campañas pedagógicas, reuniones masivas y asambleas comunitarias, con el fin de sensibilizar a la comunidad sobre los beneficios, el cuidado y los riesgos de la tecnología que pronto se introduciría en su territorio: las escaleras mecánicas.
Muchos habitantes del barrio, dado su grado de segregación, ni siquiera sabían de qué se trataba:
–A esa gente sin recursos, que no conoce lujos, que es de un estrato social muy bajo, ¿cómo le explicábamos que existen escaleras eléctricas y los convencíamos de que estas serían útiles para ellos? –pregunta Juan Carlos–. Nos tocó llevarlos a ciertos sitios, como centros comerciales, y empezar a enseñarles qué es eso, que no hay que tenerles miedo, que no se los van a comer, que no se los van a tragar, que no se van a caer…
Estas campañas pedagógicas promovidas por la EDU son parte del urbanismo social pedagógico que esta defiende. Se prevé la participación ciudadana en todas las etapas de las obras que se lleve a cabo en su territorio: en el antes (formulación), el durante (ejecución) y el después (mantenimiento). Con eso se busca generar en la comunidad sentido de pertenencia y de corresponsabilidad, de manera que se asegure la apropiación de la obra por parte de la misma y la sostenibilidad del proyecto. Tales son los objetivos de la EDU, reconocida en 2015 como “Una de las empresas más éticas del mundo” por el Ethisphere Institute.
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Las obras comenzaron en febrero de 2011. Tras la readecuación de las calzadas, la reposición de las redes de acueducto y alcantarillado, el reemplazo y reubicación de las redes eléctricas externas, la construcción de dos edificios públicos y de una terraza-mirador, la creación de espacios públicos amoblados y áreas verdes, así como el levantamiento de muros de contención, vino la instalación de las escaleras eléctricas y de su cubierta. El área total de intervención fue de 1.812 metros cuadrados, y las inversiones sobrepasaron los 12 mil millones de pesos de la época, según datos de la EDU.
El proceso no estuvo exento de contrariedades:
–Empezamos a subir y a contratar gente, esto se volvió una locura –recuerda Juan Carlos–. Los muchachos de la zona empezaron a enfrentarse y hubo balaceras durante el día. A veces alguien me llamaba y me decía “Jefe, ¡hay piñata!”. Entonces tocó colocar una sirena y decirles a los obreros: “Chicos, cuando escuchen la sirena, boten al piso lo que tengan que botar, no se cambien, váyanse con su ropa de trabajo para la casa”. Tocó activar la sirena muchas veces. Otras veces, estábamos trabajando y pasaba enfrete un muchacho cargando una metralleta ak-47.
Se contrataron cerca de 300 obreros, en su gran mayoría mano de obra local, no calificada, sin antecedentes penales.
Uno de los desafíos más hercúleos consistía en el transporte del sistema colina arriba (seis tramos dobles de escaleras mecánicas, cada uno con un peso de ocho a catorce toneladas), una montaña cuya pendiente tiene 45?:
–Se pensó en subirlas y bajarlas con helicóptero, lo que era demasiado arriesgado teniendo en cuenta las viviendas que se encontraban debajo –recuerda el arquitecto–. De una u otra forma, se logró hacerlo por tierra.
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El 25 de diciembre de 2011, diez meses después del inicio de las obras, las escaleras eléctricas fueron inauguradas como un sistema de transporte público gratuito del barrio Las Independencias. El clima era de fiesta, no solo con ocasión de la Navidad, sino también por inspiración de la jornada “Medellín se pinta de vida”, un programa municipal de revitalización de fachadas de casas populares que en ese momento se llevaba a cabo en la comuna 13.
Estuvo presente el alcalde Alonso Salazar, cuyo mandato se acercaba al final, así como la prensa y la comunidad, la cual hacía filas para ingresar al sistema y experimentar las tan esperadas escaleras mecánicas, aunque estas, en un primer momento, no contaran con los techos de acrílico y operaran solo tres horas al día (tiempo que se extendería de manera gradual, a medida que las obras concluyeron y el sistema probaba ser funcional).
El 6 de mayo de 2012, ya con los techos anaranjados, los jardines y el mobiliario urbano, fueron reinauguradas por el entonces recién posesionado Aníbal Gaviria Correa (2012-2015), en lo que sería una demostración de que a cada alcalde le corresponde una “rebanada de la torta”, pero también una prueba del compromiso de la administración municipal con la continuidad de la política pública de urbanismo social. En el ínterin, un contratiempo rapidamente superado con el incremento de fuerza pública en la zona: denúncias de apropiación de las escaleras eléctricas por parte de bandas delincuenciales que extorsionaban a los usuarios del sistema, cobrándoles peajes.
El sistema –compuesto por seis tramos dobles (subida y bajada) de escaleras eléctricas, con un total de 150 metros de extensión lineal longitudinal, inclinaciones de 30 y 35 grados y una velocidad de 30 metros por minuto (o de 0,5 metros por segundo)– había sustituido los 350 escalones de hormigón que antes debían enfrentar diariamente los habitantes de la parte alta del barrio (un ascenso equivalente a 20 pisos de un edificio). Esto les redujo el tiempo de viaje de unos 30 minutos a tan solo cinco, ahorrándoles también esfuerzos físicos y suelas de zapatos.
En adelante, los habitantes de Las Independencias ya no llegarían sudados y sin aliento a sus casas después de un día de trabajo: habían encontrado reposo en los escalones que se movían bajo sus pies.
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Actualmente, el sistema de escaleras eléctricas funciona en flujo ininterrumpido durante 16 horas diarias en días hábiles, y es administrado y operado por la empresa pública Terminales de Transporte de Medellín. De lunes a sábado, se activa a las 6:00 de la mañana y se desactiva a las 10:00 de la noche, mientras que los domingos y festivos se acorta el tiempo de funcionamiento, desde las 8:00 de la mañana hasta las 7:00 de la noche. Está cubierto, además, por Medellín Digital, la red pública de wifi de la administración municipal, la cual asegura a los habitantes del barrio –además de la conexión física proporcionada por las escaleras eléctricas– la conexión virtual. En su primer año operando, el mantenimiento de la obra costó 600 millones de pesos.
Por lo general, compuestas básicamente por un motor eléctrico, engranajes de tracción y retorno, carriles internos y externos, plataformas de embarque y desembarque, así como escalones con ranuras y pasamanos de caucho, las escaleras mecánicas son una extensión de nuestros pies, un medio de transporte colectivo y electromecánico que conecta dos superficies, al igual que un ascensor, pero con mayor capacidad de pasajeros y ningún tiempo de espera, dado su flujo continuo. Pero las escaleras mecánicas de la comuna 13 van más allá. Fabricadas por Fujitec, cuentan con tecnología japonesa de punta. Instaladas a cielo abierto, son resistentes al agua y a los cambios climáticos. Están hechas en acero común y aluminio fundido, revestidas de acero inoxidable. Su interior está impermeabilizado con caucho y posee un sistema de drenaje. Además, están protegidas por los techos anaranjados de acrílico y reciben constantes mantenimientos preventivos.
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En esta mañana de febrero, entre el segundo y tercer tramo del sistema –en un costado se ha situado la galería de grafitis de uno de los artistas locales y, en el otro, un establecimiento de cervezas micheladas–, Juan Karlos Zapata Holguín, de 31 años, un hombre robusto con overol amarillo y botas negras, empuña una hidrolavadora de alta presión.
–Hoy estamos lavando el sistema de las escaleras eléctricas y las zonas comunes –dice.
Según él, la limpieza se hace cada dos o tres meses y toma aproximadamente cuatro días abarcar todo el sistema, del primer tramo al sexto, incluyendo los techos:
–Anteriormente se hacía cada seis meses, pero como el sistema empezó a recibir tanta gente hay que hacer el aseo de manera más seguida.
Él interrumpe a veces el chorro de agua para dar paso a los transeúntes, habitantes y visitantes, que suben y bajan, bajan y suben, ellos sí en un flujo incesante asegurado por las escaleras mecánicas.
–Yo soy una persona enamorada de mi empleo –confiesa–. No solo porque estoy cerca de mi casa, sino porque anteriormente nadie venía a este barrio. Era como un lunar, un punto negro. Hoy en día todo el mundo viene, se enamora del barrio, y eso es algo que lo hace sentir a uno muy orgulloso.
Juan Karlos creció en Las Independencias bajo el dominio de las guerrillas y de los paramilitares y fue testigo de la Operación Orión cuando era adolescente; a los veintitantos años participó como obrero en la instalación de las escaleras eléctricas y actualmente es auxiliar operativo y gestor pedagógico del sistema, al servicio de Terminales. Recuerda que durante su infancia, debido a la violencia, prácticamente se crió encerrado en casa por su madre:
–En ese entonces, si salías mucho a la calle, o te cogía una balacera y te mataban, o te juntabas con los que no debías juntarte y terminabas también enrollado en el crimen.
En la actualidad, Juan es padre y permite que su hija salga a la calle a jugar con los amigos, que asista a la escuela e interactúe con los turistas.
–De las escaleras eléctricas se beneficia el que quiera –afirma–. Tanto en términos de movilidad como económicamente. Mira que las casas se volvieron negocios, y que en este momento cualquier persona del barrio se puede volver guía. Para eso se necesita simplemente tener buena educación (o sea, saber cómo tratar a las personas) y conocer la historia del barrio. La única cosa que se pide es que no traigas gente para acá a contarle mentiras.
En este momento, se acerca a la plataforma de desembarco del segundo tramo del sistema y ayuda a una señora que casi tropieza:
–Estas escaleras se ven tan inofensivas, pero pueden ser peligrosas –comenta.
Y sí, a juzgar por los avisos con instrucciones fijados en las plataformas de embarque y desembarque de las escaleras mecánicas:
¡tenga cuidado!
Siga las instrucciones al usar estas escaleras:
Prohibido apoyarse o sentarse en el pasamanos o el escalón; prohibido que los niños jueguen en los equipos; apártese de los extremos; amárrese los cordones; despeje las escaleras después de usarlas; no lleve objetos sobre el pasamanos; no lleve coches de niños; lleve los niños pequeños en brazos; no camine en sentido contrario; sujétese bien; tome a los niños de la mano; sostenga las mascotas en sus brazos; mire siempre al frente; cuidado cuando suba y baje; precaución con zapatillas de suela blanda.
Prevenga accidentes.
[Aviso de Schindler Andino]
–Las normas son por dos motivos: evitar accidentes y evitar el desgaste de los equipos –explica Juan–. Nosotros tenemos un dicho aquí: “Si las escaleras te están subiendo, no tienes necesidad de caminar”.
Su colega, David Andrés Zapata Alzate, de 26 años, explica:
–En este lugar exigimos, como norma, no subir los escalones, lo cual mitiga los riesgos. No es una norma que se encuentre legible en el cartel de instrucciones, pero es una cultura que creamos verbalmente para que las personas tomen conciencia. Tenemos que cambiar esta mentalidad de andar siempre sobre el tiempo.
Él también creció en el barrio bajo el dominio de las guerrillas y de los paramilitares; fue testigo de Orión cuando era niño y participó como obrero en la instalación de las escaleras mecánicas al completar la mayoría de edad, y luego se empleó como auxiliar operativo y gestor pedagógico del sistema. Es un joven blanco, de baja estatura y barba de chivo.
En este comienzo de la tarde, David aguarda el final de su turno entre el tercer y cuarto tramo de las escaleras mecánicas, mientras observa el tráfico de pasajeros. Las escaleras trepan cerro arriba y se deslizan cerro abajo, en un movimiento de sucesión y repetición algo vertiginoso.
–Nuestra función principal es velar por la seguridad del usuario –dice David Andrés–. Mirar si las personas que van a ingresar a las escaleras cuentan con sus cinco sentidos, si no están mareadas. Si alguna persona tiene movilidad reducida nuestra función es ayudarle.
Son en total quince auxiliares operativos (popularmente conocidos como “gestores pedagógicos”) al servicio de Terminales, los cuales se turnan en los tramos, de modo que cada gestor cuide uno de los seis tramos dobles de escaleras mecánicas. Usan chalecos y gorras beige de la Alcaldía, jeans, riñoneras y botas negras; se identifican por las escarapelas y cuentan con libretas, bolígrafos y radiotransmisores. El trabajo consiste en operar el sistema (encender/apagar), tomar notas sobre la cantidad y la nacionalidad de los visitantes y, sobre todo, enseñar a los usuarios el uso correcto de las escaleras mecánicas, lo que según David Andrés presupone una vigilancia constante por parte de los gestores.
Al preguntarle por las instrucciones que más infringen los habitantes del barrio, responde:
–Hay que estar pendientes de las zapatillas con cordones sueltos, que pueden causar accidentes. Y también de las zapatillas blandas, los Crocs, porque las escaleras eléctricas te absorben el material y te pueden causar daño en los pies.
Los accidentes, según él, son muy raros pero ocurren:
–Principalmente se dan porque las personas van en el sentido contrario. Tropiezan y se golpean con el borde de los peldaños. Lo vemos más entre personas extranjeras que quieren buscar un poco de diversión.
–¿Cómo actúan en esos casos?
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–Prestamos primeros auxilios. Tenemos capacitación para hacerlo en caso de cualquier accidente: fracturas, heridas abiertas, quemaduras.
En este momento, al reparar en una pareja de niños de la comunidad que desembarcan del cuarto tramo de las escaleras mecánicas, David Andrés se acerca a la plataforma, apunta a su calzado y les advierte sobre el riesgo con los Crocs que llevan. A continuación, comenta:
–No gritamos. Llamamos la atención y seguimos fomentando la educación, aclaramos a los usuarios en qué normas están fallando. Nos enfocamos en los niños, porque buscamos que aprendan las normas que tiene este sistema de movilidad y que ellos sean, en un futuro, los gestores pedagógicos que necesitarán estas escaleras.
–Son para bajar y subir. No para jugar –dice Jenny, por ponerle un nombre a una niña de ocho años, comprobando que entre los niños del barrio existe la conciencia acerca del uso correcto de las escaleras mecánicas (aunque en este momento ella utiliza los equipos de un pequeño gimnasio público, instalado en el viaducto Media Ladera, como parquecito de diversiones).
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Mientras tanto, Santiago Franco, un mulato de 20 años con la cabeza rapada, pasea en su silla de ruedas por allí. Está parqueado en el Balcón de la 13 y se pone a filmar una serie de videos de la vista panorámica que la terraza-mirador brinda sobre toda la ciudad. Más tarde los compartirá con los seguidores de su canal en YouTube.
No vive en Las Independencias, sino en Antonio Nariño, otro de los 18 barrios que conforman la comuna 13. Nunca, en estos siete años de funcionamiento, había visitado las escaleras eléctricas:
–De cierta forma yo tenía una serie de miedos –explica–. Pero tomé la iniciativa desde esta mañana. Me dije: “Cuando salga de mis entrenamientos tomo el colectivo y, confiando en Dios que no me vaya a pasar nada, me voy para allá”.
Santiago es un paratleta: desde hace dos años compite como velocista en silla de ruedas. Entrena en una de las pistas de la Unidad Deportiva Atanasio Girardot. Allí también está situado el estadio del mismo nombre, escenario de los partidos del Atlético Nacional, club de fútbol del que es fanático.
Abandonó el colegio en noveno grado, víctima de bullying:
–Tengo una enfermedad congénita, espina bífida –dice–. Es como una malformación en la columna. Me ha tocado vivir con una serie de discriminaciones, de burlas. Pero eso no me ha impedido realizar ciertos sueños.
Al preguntarle si le gustaría que alguien le grabara un video mientras él desciende por las escaleras mecánicas, confirma que sí, con una salvedad:
–La única forma es que alguien me colabore.
La colaboración viene unos instantes después, de parte de una gestora pedagógica. Un poco inquieta, como si no estuviera acostumbrada a realizar el procedimiento, toma los mangos de la silla de ruedas de Santiago e ingresa de espaldas en el sexto tramo, con el respaldo del vehículo apoyado en sus muslos.
En algunas versiones de los avisos de instrucciones fijados en las plataformas de las escaleras mecánicas, se lee la siguiente recomendación, además de las ya enumeradas: “Prohibido ingresar con personas en sillas de ruedas”.
A este respecto, en su Guía para la planificación de escaleras mecánicas y rampas móviles (Atlas Schindler, 2008), la gigante Schindler, empresa suiza especializada en la fabricación, instalación y mantenimiento de ascensores y escaleras eléctricas, afirma:
(Las escaleras eléctricas no son adecuadas para el transporte de sillas de ruedas)… Los usuarios deben juzgar por sí mismos si están en condiciones de utilizar la escalera eléctrica y son los únicos responsables por sus decisiones.
Es recomendable fijar un aviso en las áreas de acceso a las escaleras eléctricas, indicando la ubicación de los ascensores más cercanos.
La restricción de carritos de compras, coches de bebés, sillas de ruedas y caminadores se debe al riesgo de caída que la inclinación de las escaleras eléctricas representa para los usuarios que ingresan en ellas sobre ruedas o portando estos objetos.
El gestor pedagógico David Andrés aclara:
–Estos avisos de instrucciones están en todas las escaleras eléctricas de la ciudad: en los centros comerciales, en el metro y en los aeropuertos, lugares donde no existen gestores. Es un reglamento universal, pero creo que aquí no se aplica de forma absoluta. Dice que el usuario no debe ingresar con silla de ruedas en las escaleras eléctricas, pero nosotros somos personal capacitado para ayudarle. Además, acá es una necesidad, porque solamente hay un acceso. No hay una rampa o ascensores en los costados de estas escaleras eléctricas.
Al desembocar en la parte baja de la comuna, de espaldas, ayudando a Santiago, la gestora le dice:
–Imagínate si yo te bajara así, de frente, y se me soltara la silla.
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En una vivienda pegada al Balcón de la 13 y al sexto y último tramo de las escaleras eléctricas, donde Santiago se hallaba hace poco, vive Marta Elena Pérez Mejía, de 57 años, una señora de baja estatura, ama de casa, moradora del barrio desde hace casi cuatro décadas. Para esta señora, habitante de la parte alta del cerro, las escaleras eléctricas no resultaron útiles. Entre los 14 mil habitantes del barrio Las Independencias, ella sería, según testigos, la única persona que se niega a ingresar al sistema.
Marta Elena les tiene fobia a las escaleras eléctricas.
–Nada más es con las escaleras eléctricas –explica, asegurando que no le sucede lo mismo con los ascensores o con el metro–. Es como un temor, una fobia, algo así. Una sensación maluca que uno siente. Las puedo mirar, pero de ahí a que yo dé un paso para montarme en ellas es otra cosa.
Cuenta que la comunidad trata de convencerla. Le dicen que es muy simple, que le ayudan a entrar, que la llevan en los hombros, que le pagan 50 mil pesos si se arriesga:
–Y yo les digo que no, que prefiero mis escaleras de concreto.
6
Desde que Medellín redujo drásticamente sus índices de criminalidad (la tasa de homicidios bajó el 80% entre 1991 y 2010) y fue elegida en 2013 como “la ciudad más innovadora del mundo” en un concurso anual promovido por Citigroup, el Wall Street Journal y el Urban Land Institute, crecientes oleadas de turistas la visitan. Provienen de todas partes del mundo, ya no (o no solo) interesados ??en el narcoturismo y en el turismo sexual que aún perduran en la ciudad, o en sus ya tradicionales Pueblito Paisa y plaza Botero, sino en las obras públicas de urbanismo social que la renovaron en los últimos años: plazas, parques-biblioteca, su metro de superficie, teleféricos y escaleras eléctricas en las comunas.
–Medellín se convirtió en “la ciudad más innovadora del mundo” principalmente por las escaleras eléctricas –dice el gestor pedagógico David Andrés–. Es una megaconstrucción de alto costo instalada entre una población de bajos recursos. Jamás se había pensado en el mundo la implementación de unas escaleras eléctricas en un barrio popular o una favela.
Según datos del Sistema de Indicadores Turísticos de Medellín y Antioquia (SITUR), en colaboración con Fenalco-Antioquia, como lugar turístico, las escaleras eléctricas de la comuna 13 recibieron un total aproximado de 170 mil visitantes en 2018, el 70% de ellos extranjeros. Para efectos de comparación, solo en el mes de enero del presente año, 2019, tuvo cerca de 40 mil visitantes (casi el triple de la población del barrio Las Independencias), consolidándose, con tendencia alcista, como uno de los mayores atractivos turísticos de Medellín.
El barrio, en términos generales, no parece sentirse invadido:
–Para muchas comunidades, esto sería estresante: “¿Por qué no puedo caminar por mi barrio?”, pensarían. Pero aquí no pasa eso –afirma David Andrés.
Sin embargo, la falta de privacidad sí ofende a algunas personas:
–Los turistas suben para tomar fotos, ¿y qué ponen allá los moradores? ¡Su ropa! –observa el arquitecto Juan Carlos–. O entonces, por la mañana, salen en piyama y chanclas a comprar pan para el desayuno y les da pena, porque ahí está el turista, tomando fotos… Es una contradicción: o sea, se quejan, pero les gusta, porque su negocio está vendiendo –resume.
Otra contradicción: mientras algunos vecinos celebran la valorización de sus inmuebles, otros ya reclaman por el alza en los precios y en el costo de vida.
Todo indica que Las Independencias es hoy una comunidad en la que el localismo y el cosmopolitismo se cruzan, chocan y se funden en procesos de hibridación y transculturación. Esto se observa, por ejemplo, en los extranjerismos que dan nombre a prácticas, grupos artísticos y establecimientos locales (Graffitour, Black & White, Coffee Shop Com. 13). En este barrio, los muros marcados por disparos se transforman estando en manos de los artistas, que ven en ellos lienzos, páginas de su reciente historia de superación, impregnados de belleza y memoria. Las viviendas, a su vez, se convierten en negocios diversos (barberías, tiendas de comestibles, de ropa y souvenirs, bares, galerías), impulsados ??por olas de turistas extranjeros que, en compañía de guías locales bilingües, transitan por la zona a través del sistema de escaleras mecánicas instalado sobre el cerro y admiran allí las múltiples facetas de la cultura hip-hop (el grafiti, el rap, el breakdance).
Al principio fue la guerra. Después vino el turismo.
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En el prólogo de Un mundo lleno de futuro: diez crónicas de América Latina (Planeta, 2017), antología editada por Leila Guerriero, la periodista y cronista argentina escribe:
En aquellos y en estos tiempos los inventos mayores –la penicilina– conviven con los inventos menores –las maletas con rueditas– y los intermedios –el GPS–, pero es muy difícil evaluar cuán revolucionario es un invento cuando uno es contemporáneo de él, y casi imposible predecir las ondas concéntricas que producirá –o no– expandiéndose hacia los confines de la historia. ¿Cómo saber cuáles de todas las cosas que se inventan hoy son las que nos cambiarán la vida mañana?
Ahora bien, si las escaleras mecánicas de la comuna 13 de Medellín surgieron como un sistema de movilidad y un proyecto pedagógico, está claro que ya se han convertido también –dado que son únicas en el mundo– en atractivo turístico, generador de empleos y, consecuentemente, en motor económico y freno a la criminalidad (basta pensar en los obreros, gestores, comerciantes locales, artistas y guías turísticos que antes no existían allí, o cuyos talentos todavía no habían sido espoleados).
Estas escaleras mecánicas instaladas a cielo abierto en el seno de un barrio marginal, con el carácter de transporte público, gratuito y pedagógico, se cuentan entre los ejemplos más bellos de innovación urbana a partir de una necesidad social. Acortaron las distancias, rompieron fronteras y siguen ampliando horizontes. No solo conectaron un barrio popular con los demás sectores de la ciudad, sino también con el mundo.