espacio público
Imagen de Tobias Rehbein en Pixabay

Vivir la ciudad sin miedo: superando la desigualdad de género en el espacio público

¿Puede un espacio público ahuyentar a un sector específico de la población?
¿Pueden ser machistas las calles que transitamos?

La urbanista y planeadora para el ayuntamiento de Viena, Austria, Eva Kail afirma que el urbanismo no es neutral: “Cuando fijaron las pautas de la movilidad, hace 30 años, al frente de la disciplina estaban hombres de clase media y conductores. Ellos crearon el relato”.

A partir de construir bajo este relato de una sola realidad, la realidad masculina, se creó la segregación en las urbes. La calle y el espacio público están asociados a los vehículos de transporte privado, al trabajo y por ende, a los hombres; la casa, los cuidados del hogar y de la vida familiar han sido históricamente relegados a las mujeres, y en muchos casos, impuestos.

La jerarquía de los sexos en la sociedad

Se tiene una construcción social muy arraigada, especialmente en México, de que las mujeres sólo deberían de dedicarse a ciertas tareas o cierto tipo de trabajos, esto, sin que les inoportune en sus labores del hogar o de atender a los hijos o el planear tenerlos.

El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, nos describe cómo fue establecida la jerarquía de sexos: se señala que sistemáticamente se ha creído que los hombres cuentan con el privilegio de la fuerza física, mientras que el tema de la reproducción genera a las mujeres un obstáculo, arraigando la idea de que la menstruación, los embarazos y partos disminuyen la capacidad que tiene de trabajar, inculcándole a la vez que su misión es la preservación de la especie.

Estas creencias nos dan un motivo para comprender por qué los hombres
son tradicionalmente los que salen a hacer trabajos remunerados, figuran en los
puestos de la política y son los proveedores del sustento económico familiar. Las
mujeres fueron alejadas de calles y avenidas, precisadas por la sensación de no
pertenecer. Esa percepción se traduce en miedo, en incomodidad al recorrer las
calles y habitar los espacios públicos.

El derecho a la ciudad y el género

La Organización de las Naciones Unidas enlista en su agenda del derecho a la ciudad como significado de derecho a la ciudad aquellas ciudades y asentamientos humanos:
(i) libres de discriminación;
(ii) con igualdad de género;
(iii) que integren las minorías y la diversidad racial, sexual y cultural;
(iv) con ciudadanía inclusiva;
(v) con una mayor participación política,
(vi) que cumplan sus funciones sociales;
(vii) con economías diversas e inclusivas; y
(viii) con vínculos urbano-rurales inclusivos.

Sin embargo, son muy pocas las ciudades que realmente cumplen con las características, el número disminuye al tratarse de latinoamérica y se reduce aún más cuando hablamos de ciudades mexicanas.

Si bien, la agenda del derecho a la ciudad es un manual proyectado para el cumplimiento de la agenda 2030 y de los Objetivos de Desarrollo Sostenible por lo cual no refleja la situación actual, el ejercicio del derecho a la ciudad se le ha negado a todos aquellos que no son hombres cisgénero y conductores. Desde dejar de llevar consigo dinero en efectivo hasta dejar de asistir a actividades escolares o familiares, las mujeres han adoptado a lo largo del tiempo mecanismos de defensa y se han privado a sí mismas de ejercer su derecho a la ciudad por temor a ser violentadas en el proceso.

El historiador urbano Lewis Mumford define: “La ciudad en sus aspectos más elevados es […] un lugar diseñado para ofrecer los espacios más amplios para promover conversaciones significativas”. Es digno de atención plantar, ¿Qué clase de conversaciones se siguen promoviendo en las ciudades? ¿Estamos dando lugar a que todas las personas participen en ellas? ¿Podemos afirmar que todas las personas tienen derecho a la ciudad?

¿Habitan los espacios públicos de la misma manera hombres y mujeres?

En cifras nacionales, informa el períodico El País: “El año pasado se denunciaron en México 15.849 violaciones, según datos oficiales del Secretariado de Seguridad Pública. Una pequeña muestra de los delitos sexuales que se cometen en el país ya que solo 1 de cada 10 víctimas denuncia.” Una encuesta del gobierno de Unión, Villa Española, en el año de 2013 sobre violencia de género, da las alarmantes cifras donde indican que más de la mitad de las mujeres de edades entre los 15 y 29 años, sufrieron de algún tipo de acoso sexual en los espacios públicos.


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Asimismo, las mujeres participantes del estudio, destacaron en el habitar de los espacios públicos, la falta de servicios como aseos públicos y actividades de recreo en los espacios, lo cual limita el tiempo que pasan en el parque y los espacios al aire libre, igualmente afirmaron que evitaban andar por la calle y tener que cruzar espacios amplios como parques o plazas al oscurecer, por miedo a que les pasara algo, estas mujeres preferían andar por las calles circundantes con espacios abiertos en los que pueden pedir ayuda si es necesario, incluso si esta ruta les lleva más tiempo.

La violencia que se les ejerce a las mujeres en los espacios públicos de manera directa, en muchas ocasiones resultan fáciles de reconocer y son perceptibles incluso para terceros, sin embargo, se tiene que prestar particular atención a los factores más tenues y difíciles de percibir que dan pauta a que estos actos de violencia visible sean perpetuados, “De otra manera las violencias que son vividas en el espacio público urbano por niñas y mujeres dejan marcas más allá de sus cuerpos, trascienden a las estructuras de la mente y el espíritu” (Galtung, 1990).

La participación de las mujeres en los procesos de urbanización

Desde el comienzo de los procesos de urbanización, estos se han caracterizado por ser violentos, pues generan desigualdad social, segregan espacialmente y crea una lucha por sobrevivir en la pobreza y precariedad en aquellos lugares sin la infraestructura adecuada.

La falta de planeación, la corrupción y el autoritarismo gubernamental juegan un papel importante en ello. En contraparte, las mujeres han fomentado los procesos de urbanización no solo al habitar los espacios y ser poco más de la mitad de la población mundial, sino que, comúnmente son actoras y se involucran en la mayor cantidad de actividades de participación “Acerca de las actividades de convivencia familiar y social, las mujeres reportan una mayor tasa de participación (83%) y promedio de horas semanales (8.6), en comparación con los hombres (76%, con 7.6 horas).” Las mujeres son gestoras sociales de las necesidades y demandas colectivas.

El urbanismo feminista

El urbanismo feminista busca cuestionar y transformar estas narrativas dominantes,
promoviendo espacios públicos inclusivos y equitativos que respondan a las
necesidades y experiencias de todas las personas. Reconoce que la desigualdad de
género se manifiesta de manera tangible en el entorno construido, limitando la
participación plena de las mujeres en la vida urbana. Para garantizar la equidad y el
bienestar en el espacio público, el urbanismo feminista se centra en varios aspectos
clave:

  • Reconocimiento de las experiencias y necesidades de las mujeres: El urbanismo feminista parte de la premisa de que las experiencias y necesidades de las mujeres son diversas y deben ser tomadas en cuenta en la planificación y el diseño urbano. Considera aspectos como: la seguridad, la accesibilidad, el transporte, los servicios públicos, los espacios de cuidado infantil y la promoción de la convivencia y la inclusión social.
  • Eliminación de la violencia de género en el espacio público: El acoso y la violencia de género son realidades cotidianas para muchas mujeres en los espacios públicos. El urbanismo feminista busca abordar este problema a través de la implementación de medidas de seguridad, la iluminación adecuada, la vigilancia comunitaria, el diseño de espacios abiertos y accesibles, y la promoción de una cultura de respeto y tolerancia.
  • Creación de espacios acogedores y de encuentro: El urbanismo feminista promueve la creación de espacios públicos que fomenten la interacción social, la participación ciudadana y el sentido de comunidad. Esto implica la incorporación de áreas verdes, parques, plazas, equipamientos culturales y recreativos que sean accesibles, inclusivos y adecuados para todas las personas.
  • Participación activa de las mujeres en la toma de decisiones: Esta corriente del urbanismo defiende la participación activa y significativa de las mujeres en los procesos de planificación y diseño urbano. Reconoce que sus voces y experiencias son fundamentales para una toma de decisiones inclusiva y equitativa, y promueve la creación de espacios de diálogo y colaboración entre la comunidad, las autoridades y los profesionales del urbanismo.
  • Reconfiguración de las dinámicas de género en el espacio público: Se busca igualmente, desafiar y transformar las dinámicas de género tradicionales en el espacio público. Esto implica cuestionar la división tradicional de roles y responsabilidades asignados a hombres y mujeres, así como fomentar una distribución equitativa del trabajo doméstico y de cuidado, y promover la participación igualitaria de las mujeres en la vida pública y política.

Durante décadas, los espacios públicos han sido configurados bajo una visión
masculina, relegando a las mujeres a roles tradicionales y limitando su participación
plena en la vida urbana.

Esta segregación de género ha generado desigualdades y violencias en el espacio público, dificultando el ejercicio del derecho a la ciudad para las mujeres. Sin embargo, el urbanismo feminista surge como una respuesta necesaria, cuestionando las narrativas dominantes y buscando transformar los espacios públicos en lugares inclusivos y equitativos.

Al reconocer las experiencias y necesidades de las mujeres, eliminar la violencia de género, crear espacios acogedores y fomentar la participación activa de las mujeres en la toma de decisiones, se puede construir una ciudad donde todas las personas se sientan seguras, bienvenidas y con igualdad de oportunidades.

Es fundamental trabajar en conjunto, desde la comunidad, las autoridades y los
profesionales del urbanismo, para reconfigurar las dinámicas de género en el
espacio público y construir sociedades más justas e inclusivas. Solo a través de un
enfoque feminista en el urbanismo podremos garantizar que todos y todas tengamos
el derecho pleno a la ciudad.


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